Diría que hemos perdido la cultura lectora si alguna vez la hubiésemos tenido. Pero no, no la hemos tenido y seguimos igual, sin tenerla. Leer un libro, cientos de páginas de un autor hablándote sobre un tema o una historia, es algo bastante íntimo que no te deja otra opción que un momento de silencio y soledad, dejándote acompañar de este autor.
¿Digo esto porque yo lea mucho y mire desde lo alto a quienes no lo hacen? Pues no, lo cierto es que llevo sin terminar un solo libro desde hace más tiempo del que el pudor me permite admitir. La niña que leía hasta altas horas de la madrugada ese libro que la tenía bailando, corriendo, huyendo o compartiendo experiencias ajenas, ha pasado a ser incapaz de terminar un libro desde hace meses. He empezado varios a la vez, tengo unos 6 o 7 flancos abiertos atacando mi arreactiva culpabilidad. Casi todo lo que leo viene en artículos, tuits gritones y gags con faltas ortográficas. He sido incapaz de sentarme tranquilamente durante una tarde a leer durante horas, concentración cero en un mundo donde te hablan o requieren tu atención a cada instante. El silencio, la pared blanca y sobria del sonido, es incómoda, siempre lo ha sido cuando ha habido dos personas en un mismo ambiente, principalmente si se conocen poco.
En un libro no tienes capacidad de modificar su contenido en función de tu reacción durante la lectura. El autor expresa sus ideas y tú simplemente lees, guardas tu opinión callada hasta el final. Hoy en día todo tiene que tener respuesta inmediata, hay una respuesta y retroalimentación en cuestión de segundos, minutos, horas lo más tardar. No digerimos antes de contestar porque no tenemos tiempo de que nuestra respuesta sea atendida y no quede desfasada. Estamos respondiendo a rapidez de diálogo hablado, donde el silencio es innecesario, donde cada inciso propio de una interrupción es aceptable porque todo lo es, no hay tiempo para un discurso que fluya, se ramifique y muestre cierta complejidad (algo de lo que mis discursos siempre han carecido, pero al menos sí lo veía en los demás).
¿A qué viene todo esto? No somos capaces de ponernos en la piel de una persona que esté leyendo. Nos incomoda su silencio y tratamos de entablar conversación sí o sí. A la mierda la concentración. Hace ya tiempo que llevo leyendo un libro que te habla de conceptos un tanto profundos que tengo que saborear, masticar y tragar lentamente. Te hace citas de autores de los que casi ya no recordaba su existencia, y ayer lo tuve que hacer con un maldito gilipollas que venía a mi lado en el AVE haciéndome comentarios a cada frase y media de libro y forzando una conversación que, puedo prometer y prometo, yo no estaba alimentando. "Ya verás como todo mejorará", "nuestra generación lo tuvo más fácil", "[frase
0,60 al azar]", saco yo una mandarina, le ofrezco otra que él rechaza, sigue su tormenta de anécdotas y experiencias de hombre maduro a la que contesto de vez en cuando con el cinismo que uso para asustar a los que me están jodiendo la mañana, pero no, todavía trata de consolarme. Ese hombre tuvo la habilidad innata de subirse en el tren en Lleida y a fuego lento tostar mis gónadas hasta dejarlas al punto en Zaragoza, donde le dije que me giraba a dormir y dormí hasta Ciudad Real, "¿¡en serio!? vamos a tomar un café". Bien, le había dicho ya de antemano que esa noche había dormido muy poco, sin poder descansar del trabajo, y que quería echar una merecida cabezada, le digo que no (sin mencionar las múltiples bondades del café por vía anal que se me pasaban por la cabeza).
"¡Qué! ¡Dormilona! ¡Ya has dormido bastante!", absoluto desconcierto. 1 ¿eso dices a una persona cercana recién despertada? 2 ¿por qué le estás hablando a una persona desconocida que acaba de despertarse como si fueras a comer con ella macarrones todos los domingos? Ya obvio la pregunta principal de por qué siquiera me dirige la palabra. "Perdona, eso lo decidiré yo, bien merecido lo tenía y si quiero seguiré haciéndolo.", frases de las que me arrepiento. Saco la rechazada mandarina y entre mis fauces le doy la oportunidad de sentirse deseada, "¡tú sólo comes cítricos! Desde luego, resfriados no vas a tener" "[mirada estupefacta de admiración por la imbecilidad del individuo] Sí".
Sólo por morbo me pongo a pensar en desde cuando ese hombre tiene una muestra de mi alimentación lo suficientemente grande como para afirmar que sólo como cítricos. Es más, si su afirmación la hace en base a sus anteriores observaciones acerca de mi conducta alimentaria, esta podría quedarse en un "comes siempre mandarinas". Sí, le faltan datos, pero ¿para qué guardar para sí mismo un hallazgo? Quien más quien menos alguna vez ha tenido problemas de mala digestión. Esta es demasiado rápida, teniendo que soltar precipitadamente y sin retención posible todo aquello que en muy poco tiempo hemos ingerido. Bien, hay quien le pasa eso con ese pseudo-ano que tenemos todos en mitad de la cara.
Cansada de diarrea y flatulencias por via oral, educadamente me levanto, solicito licencia de paso entre mi asiento en ventanilla y la ansiada vía de escape o pasillo para ir a tomar un café. Obviamente comenta que quiero pasar, pues será su forma de entender que quiero pasar, tiene que invocarlo en voz alta para poder comprenderlo. Huyo victoriosa hasta la cafetería. Ahí, de pie, transcurre el trayecto de Ciudad Real hasta Córdoba, sin que me tome ese
lujoso café en taza de papel que ofrece RENFE a sus víctimas. Ahí puedo leer, incómoda, unas cuantas páginas. En Córdoba me deslizo por el pasillo para ver si ese individuo se había bajado del tren. Una vana esperanza, puesto que ya me había comentado que se bajaba en Málaga. Veo su nuca y mis cosas en el asiento de al lado, que confirman que no me había equivocado de vagón y estaba viendo la nuca de otra persona. Me siento en el vagón anterior, donde hay dos plazas libres, para no tener que dar explicaciones y seguir leyendo hasta pasado Puente Genil-Herrera. Ahí puedo leer unas cuantas páginas más sin nadie que intente hablarme desde el punto de vista de su superior experiencia de dos décadas más de vida.
Os he ahorrado muchas joyas que podría haber incorporado en la narración. No sólo son los indeseables aquellos que no te permiten leer tranquila, la gente maja tampoco es consciente de que mientras alguien está leyendo, si le hablas le molestas. Indeseable o no, seguramente yo sea un ejemplo de los que a veces hacen eso, pero no lo recuerdo porque siemplemente no formo parte de los perjudicados en ese momento. Sólo propongo una campaña para evitar damnificados por las interrupciones en la lectura.
A todo esto y relacionado única y exclusivamente con el tema de la lectura, quiero dar a conocer una campaña interesante impulsada desde la Red de Bibliotecas la Diputación de Barcelona. Sobretodo ha llamado poderosamente mi atención su título: "
Velocirepte". En 12 meses hay que leer 12 libros. Para muchos esto es trivial y antes para mí lo era. ¡Voy a proponérmelo!
Saludos de Aighash.